jueves, 11 de diciembre de 2008

EL LLANTO DE UN ANGEL


Entre las calles de una ciudad, aquél hombre caminaba entre las decenas de gente, inmutable a toda distracción y entregado a sus pensamientos, en donde rememoraba la imagen sonriente de su pequeño hijo, le gustaba recordarlo contento y mas cuando le decía que era su pequeño ángel; era como darse un bálsamo de aliento a su dura vida de sacrificios y postergaciones.
Los últimos años habían sido de reservas y necesidades, de olvidarse de sí y a veces lamentarse por los suyos. Pero los días buenos suelen venir cuando menos se suponen, cuando menos se esperan; son como las esquivas mariposas imposibles de atrapar con las manos, pues llegan mas como un regalo o como una dádiva para los postergados. Hoy quizá sería ese día.


Mientras terminaba de comprar una medicina, la sonrisa de una joven tras el mostrador de la farmacia, le sorprendió cuando le dijo: "¡Feliz Navidad!, acaba usted de ganar un premio". Aquél hombre, esbozó una simple y confundida sonrisa, pensó que no era a él a quien se dirigían esas felicitaciones, pero al oír repetirse las mismas palabras, se convenció; sí, era a él; entonces sintió por dentro nacer como una flama de alegría. Aquella empleada puso en su mirada una gran bolsa y abriéndola dijo: " Escoja un juguete por favor". El miró y pensando en lo que le gustaría a su "ángel", eligió uno de esos juguetes y lo acomodó en su maleta de trabajo, dio un gracias a aquella joven y se despidió con el ánimo a cuestas.


Ya en la calle, llevaba feliz su pequeña carga adicional, seguro de poder alegrar la carita de aquél niño de sus pensamientos, pensaba en cómo se repetiría la sonrisa de su pequeño ángel, para grabarla en su conciencia. Así, mientras dormitaba entre sus sueños despierto, de repente sintió una pequeña voz en llanto, le pareció algo familiar -pues al parecer todo padre cree que todo niño es como un hijo- entonces su mirada regresó hacia atrás y vio sentado en el piso a un pequeño y pobre niño, era un ser solitario y sumido en una sensible congoja; se quedó mirando a la distancia sin decidir si volver tras sus pasos, pensando: "¿Qué puedo hacer yo?". Pero el quejido y esa vocecita de dolor invocaban lo más sensible de su corazón, en medio de aquél tumulto parecía que sólo él oía ese llanto; entonces decidió volver y acercarse sensiblemente. Ya al lado del pequeño ser, bajó la mirada y poniéndose a la altura del niño adolorido, miró su carita y vio discurrír las gotas del dolor, intentó averiguar la razón de tanta pena y expresando su preocupación le preguntó: "¿Por qué lloras?"... Sólo el silencio y una mirada perdida parecían expresarlo todo, no había que preguntar más; en medio de ese murmullo de decenas de pasos y apuros de los transeúntes, se perdió para siempre aquella pregunta. Los luceros de aquél pequeño, eran como el sol tras las ventanas en un día lluvioso; su lamento tenía la voz de la soledad y la honda ausencia de un poco de cariño a su pequeño corazón; sentía oír a la necesidad ante la ausencia de un abrazo, de una caricia, de un poco de consuelo que nunca el aire, lo podría dar. No…no, no había que preguntar mas, pues aquellos ojos y aquél quejido expresaban lo que cien explicaciones no podrían hacerlo. En medio de su visión preocupada hacia aquella imagen tan humana y triste, súbitamente le sorprendió otra voz diciéndole: "¡Porque se ha portado mal!" Aquél hombre sin comprender -pues no sabía distinguir desde cuando los ángeles se portaban mal- volvió la vista hacia donde provenía aquella otra voz iracunda y ante él se presentó otra historia en una sola mirada. Sí, era otra historia; la de las frustraciones, de las luchas sin fin, era una mirada sufrida por los engaños y amarguras, esos ojos estaban enrojecidos por el hambre y la miseria; cada pliegue de su faz estaba hecho con dureza, la sombría mirada evidenciaba consumación y cansancio de vivir, privada de un destino que nunca podría ser diferente, vacíos de esperanza, era una mirada humedecida por las lluvias secas, esas que gotean pero no alivian. Sintió pena por aquella madre, pero no podía olvidar su moral y ésta le hizo decir con ruego:”No le pegue, no le pegue por favor... este niño es su propia carne”. Aquella demacrada mujer, quizá no queriendo conmoverse y ya endurecida por su destino, se volvió y siguió mirando si alguien le daba la dádiva en su pequeño y gastado plato.


No esperó mas y abriendo su maleta la puso delante de aquellos ojos del pequeño diciéndole: “Toma lo que te guste”. Aquellas manitas sucias, vacías y tan llenas de hambre de recibir, como si fuera algo con vida, tomó aquél juguete y lo abrazó; entonces sus ojos parecieron brillar, había como una luz pequeña en aquella mirada, como si algo la hubiera encendido; entonces cesaron las lágrimas y las huellas de aquél dolor, se fueron secando por el sol y una de sus manitas terminaron de hacerlo, como un único pañuelo. De aquella mirada solitaria y sin palabra alguna, aquél hombre sintió un gracias. Qué podría expresar aquél niño si esa palabra quizá nunca la había oído, esa mirada le decía que esa era una palabra desconocida, para quien nunca recibió mas regalo que su propia vida. Aquél hombre movió su mano y acercándola hacia aquél ángel solitario, acarició sus cabellos sin brillo, los sintió tan ajenos a toda suavidad, estaban maltrechos por el sol y el polvo en aquél duro piso, cuántas horas se abrían necesitado para que esos cabellos, quedaran sin vida. Fue un minuto de no hablar nada y saberlo todo.


Pero era momento de irse, así que se enderezó y volvió a su destino en medio de esa calle y de esa gente, musitaba sin entender aún lo que había hecho: "Este día no es para mí...".


Aquél hombre se perdió como cualquier otro ciudadano, mientras en aquél lugar quedó un poco de brillo en unos ojos, quizá la esperanza de un niño ,y la historia de dos ángeles que nunca se verán, pero qué cerca estuvieron de conocerse.




Autor: Jorge Raul (socrates1810)

2 comentarios:

Erika dijo...

Que hermoso y triste a la vez.Cosas como estas me hacen pensar en lo afortunada que soy.
Ojala ningun niño sufriera como el angel de esta historia.

JORGE RAUL dijo...

Es inevitable, el sufrimiento es una prueba para todos, tanto para el que sufre como para el que sabe de ello.
Gracias por tu comentario, es un honor.